El profesor Greg Woolf en una imagen de archivo. /Oxford University Press
Greg Woolf (Hemel Hempstead, 60 años) es historiador de la antigüedad y catedrático de la UCLA. También ha ejercido la docencia en las universidades de Oxford y St. Andrews. Sus áreas de especialización son la Edad de Hierro tardía y la arqueología del mundo romano, y sus investigaciones más recientes versan sobre la movilidad en la antigüedad. En su último libro, ‘The Life and Death of Ancient Cities’ (Oxford University Press, 2020), estudia el surgimiento y la evolución de las primeras ciudades hace más de 6000 años y discute si el ser humano estaba predestinado a construirlas.
Pregunta: ¿A qué se refiere con el término «ciudad» en su libro y qué la distingue de cualquier otro tipo de asentamiento humano?
Respuesta: El término «ciudad» se suele usar en antropología y arqueología para referirse a un asentamiento permanente de tamaño superior al de una familia, pero lo más importante es la forma como se organiza. En el mundo antiguo existieron ciudades que eran más pequeñas que los pueblos de mayor tamaño. La diferencia entre un pueblo y una ciudad es que en un pueblo prácticamente todas las familias se parecen: poseen aproximadamente el mismo nivel de riqueza, la mayoría son agricultores y se dedican al mismo tipo de cosas. Las ciudades representan un tipo diferente de complejidad: encuentras agricultores, gente rica, artesanos, tal vez sacerdotes, etc. Ha habido aldeas incluso antes de la aparición de la agricultura en algunas partes del mundo donde los recursos son muy abundantes, como en el noroeste del Pacífico, pero las ciudades solo han existido durante los últimos 6000 años.
P: Señala que los humanos han levantado ciudades en todos los continentes excepto en la Antártida. Dado que son una forma social tan recurrente, podríamos pensar que los humanos tienen algún tipo de predisposición a vivir en ciudades. Pero, como acaba de decir, en realidad pasaron miles de años antes de que comenzáramos a erigirlas. ¿Dónde y cuándo se crearon las primeras urbes?
R: Mucha gente ha vivido y probablemente vivirá en asentamientos no urbanos. Pero creo que tenemos un potencial urbano que nos permite asentarnos y trabajar juntos. Las ciudades no se inventaron una vez para luego imitarse. Poblaciones que no habían estado en contacto durante decenas de miles de años desarrollaron ciudades de forma completamente independiente. Las ciudades de América fueron creadas por personas que cruzaron al continente mucho antes de que existieran ciudades en otras partes del mundo. Pero este potencial no es un destino. ¿Bajo qué tipo de circunstancias se ha explotado ese potencial? Hasta donde sabemos, las ciudades nunca han sido creadas por poblaciones sin agricultura -también inventada de forma independiente en muchos lugares- y esta no apareció hasta mediados del Holoceno, el actual período interglaciar. En parte, la razón tras este desarrollo es el sedentarismo: la mayoría de las poblaciones humanas no permanecen en un lugar, pero si tienes cultivos has de hacerlo. Otra causa es demográfica. La agricultura conlleva bajar en la cadena alimentaria, que permite poblaciones mayores que la de los cazadores, recolectores y pescadores. No tienen que organizarse necesariamente en ciudades, pero tienen más potencial para hacerlo. Hay otras formas de organización como sistemas agrícolas con aldeas o con granjas y el nomadismo. Pero la ciudad se hace posible para las sociedades agrícolas.
P: ¿Por qué y cómo se crearon?
R: Realmente no lo sabemos porque la mayor parte de nuestra evidencia es posterior a la fundación de las ciudades. Ninguna sociedad sin ciudades tuvo escritura, por lo que nuestros primeros textos están escritos en sociedades que ya tienen ciudades. No conocemos las circunstancias históricas, y los mitos de estas sociedades, a pesar de ser fascinantes, no son muy realistas. Por tanto, creo con el arqueólogo británico, el difunto David Clarke, que las ciudades resultaron ser soluciones para una serie de diferentes tipos de problemas; por ejemplo, cómo te defiendes, cómo organizas una población para que pueda explotar recursos naturales en diferentes ecosistemas. Las ciudades ofrecen una solución potencial, que naturalmente tiene costos además de beneficios. Los humanos urbanos son humanos que han aceptado, por buenas o malas razones, los costos de la convivencia porque las ciudades les brindan algo que no les ofrece el hábitat más disperso. Solía argumentarse que las primeras ciudades surgieron en entornos donde se requería cierto nivel de organización social para gestionar sistemas de irrigación (suministrar agua a grandes superficies), ya fuera por la inundación del Nilo, por ejemplo. Pero si observamos estos entornos un poco más de cerca – Egipto, el Valle de México, el Yangtze, el Huang He – vemos que en realidad son muy distintos. A pesar de todo, hay una cierta correlación entre las sociedades que desarrollan la agricultura tempranamente y las sociedades que levantaron antes ciudades. Algunas de esas sociedades que tardaron más en construirlas, como las del Sahel o las de la zona del Mississippi en América del Norte, desarrollaron la agricultura un poco más tarde, como también se hizo en el Mediterráneo.
P: ¿Por qué defiende que este último lugar no es especialmente bueno para levantar ciudades?
Es muy diferente en términos ecológicos. En algunos lugares de Oriente Medio, con suficiente energía humana y organización se puede aumentar enormemente el rendimiento agrícola, pero en el Mediterráneo los suelos no son tan fértiles como en la mayoría de estos grandes valles fluviales. Además, las lluvias son muy impredecibles, en muchas partes hay veranos muy secos y sequías periódicas, y todo esto hace que sea algo arriesgado construir grandes asentamientos. Y así, la mayoría de las ciudades que aparecen en el Mediterráneo, incluso en la época romana, tenían menos de 5000 habitantes mientras que en Oriente Medio hay pueblos en el VIII milenio a.C. que tienen 7000 habitantes. Los asentamientos pequeños eran una buena estrategia de adaptación en zonas donde los cultivos son impredecibles. Por tanto, el urbanismo mediterráneo es siempre de menor escala que el mesopotámico, y esto continúa hasta bien entrado el período medieval: las primeras ciudades medievales son muy pequeñas en el Mediterráneo, mientras que un poco más al este nos encontramos con Bagdad o El Cairo. Se puede construir una gran ciudad en el Mediterráneo, pero a menos que un imperio asegure su abastecimiento es una empresa bastante arriesgada.
P: El sociólogo Max Weber desarrolló un modelo de ciudad antigua como una ‘ciudad de consumo’ cuyos habitantes obtienen los productos del campo a través de rentas o impuestos en lugar de transacciones económicas. ¿Sigue siendo éste un modelo apropiado? ¿La relación entre campo y ciudad era económica o de subordinación a través de mecanismos como la realeza?
R: La obra de Weber – y la de Marx – ha sido enormemente influyente pero se centraba en encontrar las diferencias entre la Antigüedad y la Modernidad, de modo que la distinción entre la ciudad productora y la ciudad de consumo se reducía a las diferencias entre la ciudad preindustrial y la industrial. Esta separación indicaba que, en el mundo moderno, las ciudades son motores de la economía y producen muchas cosas, al mismo tiempo que el campo está subordinado a procesos industriales basados en la ciudad. Esto es una simplificación excesiva y no creo que acentuar este contraste sea muy útil. En la época moderna, muchas industrias del norte de Europa funcionaban con la energía de los molinos de agua y no estaban ubicadas en las ciudades. En el mundo antiguo es cierto que muchos procesos productivos se realizan fuera de la ciudad. Sin embargo, por ejemplo, en Pompeya se han encontrado muchas herramientas agrícolas y además había huertos. Y si bien es cierto que la producción de cerámica se concentra en zonas rurales en gran parte del Imperio Romano, también hay lugares como Arezzo donde se encuentra en la ciudad. Si entendemos el modelo de la ciudad de consumo en términos cualitativos, no me parece sólido. Si, en cambio, se entiende como una medida cuantitativa, sencillamente carecemos de cifras. El trabajo de Weber y Marx fue muy importante hace más de un siglo; pero la cantidad de información que hemos obtenido de la arqueología y las herramientas que tenemos en la actualidad para comprender la sociología y la economía implican que podemos apartar discretamente estas ideas.
P: A medida que se fueron construyendo ciudades, ¿hasta qué punto imitaron los pueblos no urbanizados a los pioneros?
R: Es difícil determinarlo con exactitud porque no tenemos mucha evidencia de por qué la gente crea ciudades. Tal vez en lugares como Elam y Anatolia miraron a Mesopotamia, pero también está claro que algunas poblaciones no urbanas vivieron en estrecho contacto con poblaciones urbanas durante mucho tiempo sin desear imitarlas en ningún momento, a veces porque vivían en entornos ecológicos diferentes. A menudo se producía en Mesopotamia una suerte de relación sinérgica basada en actividades económicas complementarias entre los habitantes del predesierto y los habitantes de los valles y las ciudades. Existe el riesgo de que asumamos que hay una especie de progreso hacia la civilización y hacia la ciudad y que juzguemos a las personas que viven fuera como insuficientemente inteligentes para construirlas. Hay formas de vida alternativas perfectamente viables y, en algunos lugares, las ciudades no son la respuesta. Hay poca evidencia de urbanismo preeuropeo en Australia, en cierta medida porque gran parte del territorio es poco adecuado para el desarrollo de grandes poblaciones sedentarias.
También hemos heredado una tradición de documentar ciudades con unos estándares particularmente europeos. La mayoría de los relatos del Nuevo Mundo de los colonos presentan a sus habitantes como salvajes que llevaban vidas casi como bestias, mientras que lo contrario es, de hecho, cierto. Se construyeron grandes ciudades en el Mississippi como Cahokia, hay redes de intercambio que se extienden desde el Caribe hasta el Escudo Canadiense y hay estados muy extensos. Pero dado que estos asentamientos fueron observados por europeos que pensaban que sabían qué era una ciudad propiamente fueron descartados como si fueran solo pueblos: estaban tan seguros de que iban a encontrarse con salvajes que creyeron haber encontrado salvajes. El criterio para determinar qué fue una ciudad no debería ser si fue recibida en el club de ciudades por los conquistadores o por los colonos isabelinos en la costa este de los Estados Unidos o por el Capitán Cook en el Pacífico Sur.
P: Mientras que la mayoría de las ciudades modernas de todo el mundo son relativamente parecidas porque siguen una lógica económica similar, usted plantea que las ciudades del mundo antiguo respondían a necesidades más locales y eran más diversas y culturalmente específicas.
R: El tamaño es un buen ejemplo. Las ciudades de la Edad del Bronce de la civilización de Harappan eran cinco y eran enormes; las ciudades de la Edad del Bronce del Egeo eran docenas y de tamaño diminuto. Las ciudades del Egeo se desarrollaron principalmente en torno a palacios, las ciudades mesopotámicas en torno a templos. Las ciudades mayas son muy grandes pero de muy baja densidad, mientras que en partes de Oriente Medio se encuentran poblaciones increíblemente densas. También había ciudades más activas estacionalmente – ciudades en el límite de la estepa, por ejemplo, ligadas tanto a la agricultura como a la movilidad de los nómadas – frente a otras ciudades que tenían una población residual durante todo el año. Y luego, por supuesto, hubo ciudades que se crearon deliberadamente con fines militares: colonias romanas, por ejemplo, o asentamientos macedonios donde se establecieron tropas y sus familias con el compromiso de que regresarían y servirían en el ejército cuando fuera necesario. Y luego hay ciudades formadas de una manera bastante caótica y orgánica – el tipo de asentamientos que construyen los mineros cuando se crea una zona minera y se produce un incremento repentino de la población. Otro ejemplo: la antigua ciudad griega de Pitecusa en la Bahía de Nápoles no tenía monumentos, parece no tener espacios cívicos, tenía una población de tamaño considerable y muy diversa étnicamente; además, era un importante centro de comercio, pero no tiene nada de lo que esperaríamos que tendría una ciudad griega: murallas, ágora, acrópolis, templos.
P: ¿Cuáles son los desarrollos más recientes y los debates actuales en la historia de las ciudades antiguas?
R: Primero, se está avanzando en la investigación de ciudades tropicales. Las primeras ciudades que se encontraron estaban en zonas muy secas, donde las ruinas sobreviven y son bastante fáciles de encontrar. No es casualidad que conozcamos ciudades de Mesopotamia, Egipto, etc., pero las ciudades en zonas como Kampuchea o Brasil son bastante difíciles de encontrar. El uso de herramientas como imágenes satelitales está expandiendo la información de que disponemos a zonas desconocidas hasta ahora y nos revela que algunas de las cosas que pensábamos que eran características de las primeras ciudades solo eran características de algunas de ellas.
También se está estudiando el material esquelético de las ciudades. Ha mejorado nuestro conocimiento de la salud de las poblaciones antiguas y de cuán pobres eran sus dietas. Parece ser que cuando la población pasaba a vivir en ciudades comenzaban a consumir muchos más hidratos de carbono y una variedad mucho menor de vegetales, con las consecuencias que esto tiene para la salud. Este tipo de cuestiones ha sido ampliamente estudiado, desde el trabajo original de Marshall Shalins hasta James Scott en Against the Grain.
La relación entre la urbanización y las plagas se está investigando. Por ejemplo, Kyle Harper ha publicado en Plagues upon the Earth una historia global de las plagas. Las ciudades tienden a estar conectadas con lugares muy distantes en mayor medida que otros tipos de asentamientos. Las primeras ciudades de Mesopotamia estaban conectadas con Afganistán, y las primeras ciudades de Italia, las etruscas, estaban conectadas con el Báltico y el Sáhara mediante redes comerciales muy distantes que transportaban una pequeña cantidad de productos especiales. Pero estas redes también propagaban patógenos, extendiendo así las plagas de un conjunto de ciudades a otro. Muchos tipos de enfermedades necesitan poblaciones densas para florecer porque necesitan un reservorio natural, humano o de un animal que cohabita con nosotros como las ratas. Por lo tanto, la urbanización ciertamente aumenta la vulnerabilidad de nuestra especie a cierto tipo de enfermedades, y las conexiones entre ciudades hacen que se transmitan más rápidamente.
Por último, en la actualidad nos apoyamos mucho más en las ciencias biológicas y estudios arqueológicos extensos. Sin duda se realizarán descubrimientos examinando textos y documentos, y descifrarlos nos darán mucha información. La primera etapa de comprensión de las ciudades antiguas, que amplió el análisis de Marx y Weber con textos griegos o de Oriente Medio, es enormemente valiosa pero está sujeta a rendimientos decrecientes. Algunos de los desarrollos más emocionantes en la actualidad vienen de aplicar nuevas tecnologías a las sociedades antiguas. Finalmente, obras como The Dawn of Everything de Graeber y Wagner nos ofrecen una visión completamente diferente de lo que sucedió en las últimas decenas de miles de años en los que el urbanismo era mucho menos importante y nos recuerda cómo tendemos a pensar en el urbanismo como fundamento de la civilización: hay otras formas de organizar la sociedad, y no deberíamos obsesionarnos con el auge y la caída de las grandes civilizaciones que producen ciudades, estados y monarquías.
Barend Ruesink
Barend Ruesink es redactor en El Viaje de Penélope.